Homenaje a Basilio Argimón


“Basilio Argimón era de Solsona, un pueblito enterrado en una hondonada, al norte, desde el cual se veía un pedazo de cielo, en apariencia el mismo de siempre. La historia arranca de ahí pero después sigue muy mezclada porque cada pueblo, inclusive cada persona le añade algo. En Felicaria, por ejemplo, dicen que nació binario, que tenía, tiene, cuerpo de humano y alma de parajito, de chingolo o icancho o chuchin precisamente, que es pajarito de buen agüero, no el maimbé o zonzillo que se le parece y que cuando canta  atrae los vientos. Los que lo vieron en tierra, sin la mecánica, concuerdan en que es de muy poco carne, tiene un aporra negra en punta, como un copete, y camina a los saltitos, bien de chingolo. Esos hablan como si no hubiesen pasado los años, porque en todo caso es la figura que tenia de chico, cuando se le metió la idea. Probablemente nació con ella, convocado in nomine. Como sea, ya entonces se pasaba el día espiando a los pájaros, que en Solsona vuelan muy alto y raramente se posan. A los trece años construyó un barrilete japonés, el triple de los comunes, con un arnés de bayeta y se arrojó desde el campanario de la iglesia de Santa Olimpia, viuda, a cuya devoción está consagrada la de Solsona, que luce una torre en punta, muy alta, como toda casa de respeto en ese pueblo, porque es un lugar estrecho, en lo hondo de la piedra. Por suerte cayó sobre una palmera de cáñamo de la China. Aunque se rompió un par de huesos planeó algunos metros. Cojeó un tiempo y se apartó aun más de la gente, porque ya era de ese natural. Ahora se pasaba el día en lo alto de las piedras, lo cual no es bueno. Pero él entendía la lengua, la aprendió en todos esos años, y hablaba con ellas. Ahí observaba el cielo y los pájaros más de cerca y ya entonces sólo reconocía a la gente desde arriba. Con tanto subir y bajar se hizo más livianito.
            Probó otra vez ya de hombre. Más científico. El ingenio consistía en un  corsete de cuero en el cual encajaba unas alas plegables de tela encerada, con envarillado de cañas, sujetas asimismo a los brazos con una culebra de tiento. Otro trozo de tela envarillada unía las piernas y hacía el efecto de la cola. La cabeza iba protegida con un casco también de cuero que por delante le cubría hasta la nariz y tenía unos vidrios en el sitio de los ojos. Argimón probó este traje de vuelo en la festividad de Santa Olimpia, el 17 de diciembre. Subió a la piedra más alta, en la madrugada, se encajo el traje, lo cual le llevaba tiempo, y en mitad de la procesión se descolgó de un salto apuntando al centro de Solsona. Esta vez fue a golpear contra el paredón opuesto de la hondonada pero sobrevoló el pueblo, pasó con un  extravagante zumbido entre la procesión y probablemente se vino abajo tan de repente porque cuando planeaba por encima de la imagen de Santa Olimpia se le ocurrió persignarse. El pueblo lo siguió a los gritos, con los cirios y la santa imagen a la carrera. El notario Crisólogo Bajarlia levantó un acta atestiguando en autos que el ciudadano Basilio Argimón perpetró de prima facie un vuelo absolutamente aéreo el 17 de diciembre de 1943. un tal suceso reavivó las patrióticas rivalidades entre Solsona y los pueblos vecinos que los solsonenses, encargados en el piedra, eran extranjeros, sobre todo los desgraciados de Paso Viejo, que alardeaban porque tenían una banda lisa, un carro de riego, una mesa de billar y, por ago una comisaría. El domingo de Cuaresma el párroco de Paso Viejo, cuya iglesia apenas contaba con una miserable empadaña de ladrillos, pidió que se tramaran fuertes oraciones por los vecinos de Solsona que se entregaban a practicas descabelladas no sólo destinadas a fomentar la discordia entre hermanos sino a contrariar  el orden rerum naturae con el desorden de rerum novarun. Los rurales bajaron a Solsona, le volvieron a romper los huesos a Argimón , que recién  se reponía, confiscaron el traje de vuelo, prohibieron la crianza de pájaros y toda ave que remontara y se culearon a varias señoras por alentar aquellas practicas o por si acaso.  El notario Bajarlia fue encausado por abuso de función pública, libelo y apología de la subversión, que de so se trataba finalmente porque la alteración del orden natural establecido. Basilio Argimón, apenas recompuesto, huyó a los saltitos de Solsona y a partir de entonces vivió entre las piedras, como los grandes pájaros. Ahí empieza la leyenda o por lo menos la confusión. Algunos aseguraban haberlo visto en vuelo a la costa, otros que había muerto y encarnado en un curabí-bemimbí, chifión o flauta de sol, que anuncia los cambios de tiempo pero ya era poco pájaro para él, y otros que moraban en la montaña donde tramaba una formidable maquina de vuelo de enorme ciencia. Como fuese, lo más probable es que se persistiera en la empresa, porque era un verdadero artista.
            Con el tiempo lo olvidaron casi todos como persona de cuerpo, aunque quedó la costumbre de soltar una torcaza para a fiesta de Santa Olimpia, durante la procesión, inicialmente en señal de protesta. Y fue así que para cinco años después, puntualmente el 17 de diciembre y en el momento que sacaban de la iglesia a Santa Olimpia, los vecinos vieron a aquel descomunal pajarraco que se abatía desde lo alto de las piedras y después sintieron el ruidito ese a molienda y Basilio Argimón surco todo volante y esta vez se persigno sin precipitarse y volvió sobre los gritos y ejecuto varios giros y a cada vecino que le pedía le pasaba por encima, porque la sombra de los pájaros trae suerte, y finalmente todos se pusieron en fila y con licencia de Santa Olimpia los pasó de una vez. Después remontó y se fue yendo, fue, voló sobre Paso Viejo, para constancia, donde lo rurales le despacharon algunos tiros, sobre Malabrigo y Felicaria y Unión y Las Víboras y Antequera. Todos esos pueblos, y otros en los que aparece de golpe. Una tarde voló sobre Tapado. El maestro Cernuda le echó un discurso en el cual hablaba a la carrera de un tal señor Icario. Argimón aguantó colgado del aire todo lo que pudo dando una vueltitas muy empinadas o bien yendo de una punta ala otra de la calle con el maestro que lo seguía por debajo, mientras el padre Ignacio Zárate, que todavía estaba en el pueblo, trataba de rociarlo con agua bendita desde la torre de la iglesia de Santa Margarita María Alaconque y el viejo Ponce tocaba el Angelus.
-¿No baja nunca?
-No en poblado.
-Por errante que sea, debe vivir en alguna parte teniendo en cuanta su condición mecánica.
-No se le conoce casa de asiento o cosa así, si te refieres a eso.
-Una piedra, un árbol, un tejado. Cualquier fijadero.
-No que se sepa… Cada tanto vuelve a Solsona, ronda por ahí.
-Solsona…
Aquel nombre comenzaba a crecer como un fuego en la cabeza del Príncipe.”


Fragmento de Mascaro, Haroldo Conti. Ed. Crisis, 1975 (Págs. 211-215).




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